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Entonces la mano que habitaba bajo mi almohada me sujetó por el cuello. Mi respiración era un hilillo desesperado ante las pezuñas de la muerte. Sin embargo, ni la mano ni las pezuñas fueron suficiente metáfora para no acabar bañado en flemas y mocos. La sinusitis está de regreso.
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We're in everywhere, decía Esparraguito en el DF al ver a uno o varios maricones.
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¿Cómo es que se reconocen en cada esquina?, preguntaba la Doncella desdilatada por el desamor.
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Después de mucho reojo con jotas minusválidas pensé: pues nos reconocemos como las mantis entre la hierba, por esos puntuales movimientos del hambre.
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Es la sinusitis lo peor de esta semana en que el deseo ataca de nuevo cuando el sueño, cuando el baño, cuando la comida, cuando el cine, cuando la temperatura ambiente sobrevuela los 40 grados centígrados, aunque de repente sea inevitable el sonido de una flema atorada en el limbo de los senos paranasales.
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Los expulsaré. Los expulsaré, decía el hombre estúpidamente ante el espejo, no había advertido que él mismo era el reflejo exiliado del paraíso de la imagen que aún pertenecía al reino de la perfección anatómica. Pronto vendrá la enfermedad como un knockout.
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