Se dice que a fuerza de ascesis algunos budistas alcanzan a ver un paisaje completo en un haba. Esa frase la dice Roland Barthes al inicio de S/Z. Exacta mi mente quisiera alcanzar tal iluminación. Pero no: apenas veintiséis en un cumpleaños medio accidentado (sujeto, verbo y complemento). Yo que ahora nada puedo, alguna vez las pude.
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Anoche durante el antro fatales locas y musculosos engominados vestían sus loables trapos para el ocio reaggetonero inalcanzable a mi vista y nivel de alcohol. Suponía que lo "in" estaba en festejar con la mariconería de reloj en el nocturno regiomontano pero no: lo "in" está en la otra orilla, aislado, circunferenciado por unos cuantos como yo. Me refiero al lenguaje.
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"Lo que ves es lo que obtienes", dice la traducción de aquella frase inglesa. Por eso, la literatura es un idioma. Desde la medicina hasta la fiscal. Citar equivale a referir, anotar o mencionar, por ejemplo, los autores, textos o lugares que se alegan: que piden rai al inconciente y que por ley de gravedad: como la mierda, ascienden. El residuo, diría Severo Sarduy. La bibliofagia, diría José Lezama Lima. Hacer la paz, diría Reinaldo Arenas.
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Volamos, sí. Renacemos, sí. Avistamos, sí. Somos OVNIS referidos. Como decía, anoche durante el antro me di cuenta que la mariconería de reloj está basada en la superficie: continuum templo insaciable con estructura de enredadera: una nada de raíz y mentiras en demasía. Es decir: maricones travestidos de coca-colas pavoneándose hacia sus similares, los espejos.
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Y daban ganas de coger un arma y matarlos a todos. Una tragedia precisa para mi melancolía: olvidarme de sus exaltadas respiraciones cuando el baile y la bebida. Pero no, no ocurrió. Y no porque sea un tibio que no pueda llevar en su vida la bandera del exterminio sino porque sucede que a veces uno puede ser violentado antes. Lo que veía era lo que obtenía, una fanfarria para el vacío, un lugar para mi malestar.
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De repente entre mi mirada cuasi asesina y el pico de la botella que me alcoholizaba apareció el Dr., un chico guapo física y espíritualmente, que también llevaba el desagrado en las pupilas y el desgano en los pies. Me abrazó y dijo las clásicas "felicidades". Cuando los dos respondimos casi como un coro que no nos sentíamos bien, ni él ni yo: él soltó una frase que me tocó:
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-Hay que aprovechar, las neuronas se reproducen durante la depresión.
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Lo dicho: literatura médica. Actantes insospechados para los trabajadores de la ficción. No se puede inventar nada peor que la realidad, dijo Michel Haneke. Lexias de probabilidad continua: como me veo, me obtienen. Así así así. Esa frase me salvó de matar mentalmente toda la noche a todo el antro: incluso creo que me pusó de buen humor: era el empujón adecuado.
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El Dr. no sabe lo que me hizo: toda la noche lo miré unirse a la masa con una actitud de engaño: yo que lo conozco en acto íntimo sé que iba en plan de fingidor, sin embargo sabía que lo que buscaban sus neuronas era reproducirse por frotación con otro cuerpo. Quizá un poco como yo. Que es de humanos Excitarse y Tener orgasmos Arañar la otra piel Visitar moteles, etc., dice La Doncella Dilatada.
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Entonces lo descomunal sucedió en medio de la mariconería de reloj: imagine, usted lector mío, al chico más guapo del antro (cuerpo estilizado, masculino, ojos verdes, tez clara, brazos fuertes, labios carnosos, vestido sencillamente, nada de escándalo, indescriptible e insuficiente este análisis para su halo) acercándoseme para decirme, muy juntito, al oído, que mi nombre es Óscar David López.
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El impacto: sí, así es, el nombre completo, mi firma estaba siendo enunciada por el chico más guapo de la noche de anoche del antro entero. Sí, el impacto estaba sucediendo en mis narices y yo me estaba mirando desde afuera cual focalización externa como un estúpido deslenguado que no supo mas que asentir y quedarse callado.
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Fascinado y tratando de escanear todos los rostros para confirmar que no se trataba de una broma de cámara escondida le pregunté cómo sabía mi nombre. Soy tu lector, dijo subrayando la "r" como doble. Y enumeró cual río las piedras y raíces que son golpeadas por su cause. Es decir: que fueron golpeadas por mi decir simple y torcido. Que la novela, que la nota del periódico, que el libro de poemas, que las entrevistas a fulano o mengano, que este blog.
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Siempre he dependido de la bondad de los extraños, dice Tennessee Williams en Un tranvía llamado deseo. Nunca antes mi nombre me había sorprendido tanto. Un lector. Uno que no es precisamente mi amigo ni mi ligue ni mi enemigo ni miembro de mi familia o compañero de algún curso. Un lector proveniente de la escenografía más grotesca para un cumpleaños, de ese antro de mariconería de reloj y falsa moral.
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¿En qué pienso? En las citas: mi nombre anoche era una cita precisa en el momento en que mis neuronas se encuentran en etapa de reproducción. Estoy en estado depresivo y, a la vez, deprimido. Necesitaba salir, flotar como la mierda en el retrete, desprenderme de mi sanidad de encierro. Pero a la vez quejarme del mundillo gay frente a su cara: necesitaba que la sorpresa me trajera al chico más guapo del antro para que me dijera mi nombre de frente: enterarme que no todo está en la superficie: que no todo es mierda y, a la vez, todo lo es.
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Mi cumpleaños número veintiséis. Una noche mala para la salvación carnal. Un examante docto en literatura médica. Mis neuronas reproduciéndose a la par de mi desprecio por la superficie. Un lector develando su identidad. Óscar David López. Reader meet author, canta Morrissey. Un millón de citas en mi cabeza. Un relato que finaliza con el recuento estructural de una noche en la cual advierto que el lenguaje me erotiza, me reproduce, me vuelve su residuo, me devora, me hace la paz.
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