Los Tubos Cultural, septiembre 15, 2007
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“La imagen hacia la cual avanza el relato –dice Severo Sarduy-, a la que cada frase o las peripecias a las que se enfrenta cada personaje procuran engendrar, a la que cada libro intenta producir…” “…es la imagen de una bóveda”. Sarduy hablaba sobre lo que perseguía su obra al momento de escribir, del deseo de la obra. Una bóveda, no como un contenedor o una caverna abandona sino como una bóveda celeste, un mundo en donde la técnica sea sólo la hechura de una escenografía donde la representación viva.
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Así, Julián Herbert propone Cocaína (Manual de usuario) como un libro de genealogías: Abraham engendró a Isaac, Isaac sembró un plantío de coca en el jardín trasero de Jacob, Jacob la procesó químicamente en el laboratorio de Juda, y sus hermanos la comercializaron, vendiéndosela a Sherlom Holmes, Sigmund Freud y al exesposo de Alejandra Guzmán en Baker Street donde un tal Ismael engendró a Julián Herbert que se dice el autor del mismo. En fin, este libro abre otros libros que sólo ocurren cuando el lector asiste. En palabras de Sarduy: “algo en que uno mismo se reconoce, que en cierto modo nos refleja, que al mismo tiempo se nos escapa y nos mira desde una oscura afinidad”.
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Nómada, pendular, fractal, son adjetivos que podrían utilizarse para señalar la obra de Julián Herbert. Sin embargo, aquéllas observaciones son imprecisas, limitantes e impresionistas. Para designar, por ejemplo, Cocaína (Manual de usuario) con el cual el autor nos demuestra que es posible escribir desde múltiples géneros algo que llamamos aún narrativa. O sea: escribir algo que suponemos narrativa pero que está en verso, en lenguaje coloquial, a modo de manual, instructivo, relato, postal. Una narrativa pasada por el cedazo de la hibridación, es decir, una narrativa pensada y desposada con la técnica.
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Hablar de las reglas del cuento tradicional aquí no importa. Tampoco decirles cuáles son esas bóvedas que habitan este libro. Desde la tradición norteamericana a la escocesa, es decir de Raymond Carver a Irvine Welsh. O de una latinoamericana qie va de Jorge Luis Borges a Juan José Arreola. Éstas son sólo referencias que de nada sirven aquí pero que nombrarlas exorciza a la crítica con lo verosímil, con lo mundano ficticio, con la literatura consagrada. Sin embargo, debo decir que Herbert sabe ordenar los lenguajes para subvertir la naturaleza de la imaginación. Su pluma goza de una salud poética que muchos narradores deberían ejercitar a diario en lugar de leer el periódico o las instrucciones del jabón de baño. Atributo de los grandes prosistas como Faulkner o Chejov.
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Cocaína es una sustancia, que como ocurre en efectos químico-corporales, se expande de inmediato por este libro. Además de ser el hilo conductor entre las postales, cuentos, poemas, instrucciones, es una clara referencia generacional en el sentido del hiperconsumismo y la trantextualidad del mismo. Dice Jean Baudrillard que actualmente todos somos transexuales porque nos habita el deseo de recrear nuestros cuerpos con la imagen ideal representada por los paradigmas extremos del macho muy macho, de la mujer muy mujer, del maricón muy maricón. Sin embargo, en esa búsqueda de la autenticidad todos hemos terminado por ser una mezcla que no resulta totalmente auténtica. En ese tránsito adoptamos prótesis (idénticas a la de muchos más) que nos complacen, por ejemplo un corte de pelo, un tamaño de pene o de senos, una semana de cocaína.
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Apegado a las palabras de Baudrillard, lo transexual (o sea lo transexual: lo que más allá) en Cocaína (Manual de usuario) reposa en el artificio, ya sea el anatómico de cambiar de género (literarios) y el juego de los signos indumentarios, morfológicos o gestuales característicos del cine, o de avatares no del orden literario. Herbert logra sinterizar un discurso amoroso de las drogas y la literatura a través de lo trantextual que sigue permaneciendo como narrativa.
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En esa búsqueda del texto como artefacto adánico, único, casi fálico, nos encontramos con todo tipo de personajes perfectamente bien engranados con su psicología y visión intraliteraria. Vampiros, vagabundos, losers, camilleros, hijas de puta, hijos de puta, niños nice, Sherlom Holmes, Pedros Infantes, James Deans, son algunos de los guiños con los que Herbert saca su mariconera donde guarda la instrumentación adecuada para pinchar, esnifar, fumar, disolver, llorar, reír, contar la cocaína. Si bien predominan los personajes abismados, las historias que los contienen enamorados de la muerte, de lo perecedero, están cimentadas en una visión amplia de la decadencia-gozo de la drogadicción como forma de vida.
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“¿El abismo no sería más que un aniquilamiento oportuno? –se pregunta Roland Barthes. No me sería difícil leer en él no un reposo, sino una emoción.” Así mismo Cocaína (Manual de usuario) enmascara el duelo en una huida de todos nosotros a través de la cocaína (como motivo, prótesis y metarrelato): diluirse, desvanecerse para escapar a esta compacidad, a este atasco, que hace de nosotros sujetos responsables: salirse de uno: es el éxtasis. Cocaína (Manual de usuario), ganador del V Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola, abre la puerta de un pasón con posibilidades múltiples de regreso y, por supuesto, del abismo.
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Julián Herbert, Cocaína (Manual de usuario), cuento. España, Editorial Almuzara, 2006 (Colección Narrativa), 103 pp.
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