Salí del ascensor. Su madre lo ayudaba con una de las muletas y abría la puerta para que pasara. El garzon de ojos casi transparentes de tan verdes me sonrío y dijo bonsoir. Yo, aún a medio alcoholizar, le devolví las buenas noches. Hermoso nuevo minusválido de accidente de bicicleta o fragíl adolescente en manos de una reina del matriarcado bretón. Lujuría preguntó quién era y en qué piso vivía. Sólo un pendejete más, contesté al instante. ¿Y eso?, me interrogué el enojo imitando la voz de Lujuría. Pues si no me lo cogí que más puede ser, dije en voz alta. Como sea, nadie entiende eso del deseo en este lugar.
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