No había aparecido desde la última vez que dormí con ella. Ni una llamada. Ni un olor que provocara angustia. Ni una canción que me contara algo de nuestra historia. Ni una mala conversación sobre el pronóstico del clima y nosotros rondando bocas ajenas. Sabía que aquello había sido tan cansado como sobrevivir en una ciudad donde no hablas el mismo idioma. Ni estás acostumbrado a viajar con paraguas en mano. La lengua por cariño se entiende. La actitud por reminiscencia de guerras ancestrales se lleva en la piel. La paciencia, la médula de la espera, no se adquiere simplemente por amar a alguien. Nunca. Lo peor de todo es que ni ella ni yo queríamos volver a vernos o a saber cada quien del otro o a sentirnos culpables por odiar infinitamente los días lluviosos. Quizá por eso la amenaza. El metro. La vida en un noveno piso. Las escaleras. Los mini supers. La comida rápida. El cielo gris. La inmensa nube deteniéndolo todo. Nosotros mismos filtrados en hartazgo. Uno mirando el semáforo en rojo. El otro cruzando uno en verde. Pero nunca la misma calle. Tan sólo Paris abrazándonos, devorándonos en espiral, fotografiándonos precisos cuando al cruzar la lluvia creemos por fin reconocer ese pequeño aroma a efímera intimidad. Pero nada. Sólo el chubasco. Una vez más.
1 commentaire:
creo que ya me puse al corriente
bueno... un poco.
:)
cuidate
muchos besos
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