jeudi, octobre 25, 2012

Mercadito rodante



Por Óscar David López
El comercio está en mis memorias más tempranas. Un deseo de compra por el deseo de venta: objetos en medio. Detrás de todo: una transa, un soborno, una escenografía donde el capital es un acto complejo de socialización. Explico: desde que tengo uso de razón afuera de la casa familiar se monta un mercadito rodante. Venden frutas, ropa de segunda mano, juegos de azar, y más. Recuerdo los jueves felices en que podía comprar a los ambulantes o ser un comerciante que vendía baratijas en la banqueta. Fue una época en la que desconocía qué eran los impuestos, Hacienda o los dientes del Estado-Nación a punto de mordernos a todos.
En Monterrey hubo una época en que no había centros comerciales en cada esquina. En últimas fechas, los malls se han convertido en los nuevos Oxxos. La fragmentación de la mancha urbana lo exige (dicen): ahora cada zona cuenta con su zoológico capitalista del todo en uno. Antes había que recorrer distancias para entrar a un cine, moverse a un mercado de pulgas para comprar ropa, aparatos electrónicos o zapatos. Las pulgas ahora están vacías. De pronto la vida regiomontana pretende ser una calca de McAllen, Texas. Pero al parecer no es suficiente: hay panorámicos que invitan al viaje para que el comercio no sea sólo un simulacro de la ciudad texana.
Fuera de los cambios históricos abruptos entre los comercios informales y los establecidos, la vida cultural regiomontana también es clasista. Depende quién seas o cuánto ganes para conocer tu zona comercial o de esparcimiento. Basta ver los museos del centro de la ciudad, ¿quiénes los visitan? Las fondas o los restaurantes en cadena, ¿quiénes comen ahí? Cruzamos a San Pedro, ¿quién corre en sus parques? Monterrey, como mancha urbana, carece de hibridación social. ¿Quién va a la Macroplaza o a la Alameda? ¿Quién a Fundidora? No digo que debería surgir de la nada un nuevo mestizaje, sino que haya rupturas que reconformen el pensamiento y los actos socioculturales.
En lo que respecta a museos, el mestizaje a veces es imposible. Uno llega al Colegio Civil o al Antiguo Palacio de Correos, y de inmediato es abordado por los guardias. “¿A qué viene?”, preguntan. “¿Por qué?” La actitud de la sobrevigilancia empobrece el mercado cultural… ¿Qué hacen los que no saben que se puede entrar gratis a un museo? Se van, no vuelven. Hace algunos años el mercadito de los jueves de mi infancia se volvió famoso entre los artistas visuales, diseñadores, músicos, que venían de compras o, también, a montar efímeros puestos de venta. Ese oasis se extinguió rápido. A la par resurgió Tampiquito. O los domingos del Corredor del Barrio Antiguo. ¿Ahora qué? Necesitamos más mercados rodantes para la creatividad, no sólo espacios cerrados e institucionalizados. En suma, crear otras fuentes de intercambio vital.

Comentarios al autor: oscardavidlo@gmail.com

Octubre 2012

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