samedi, novembre 17, 2007

Los Tubos Cultural: Fernando Vallejo (o mi paso por la cuerda floja mientras deseaba un sicario)


Los Tubos Cultural, noviembre 17, 2007
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Distensión abdominal. Dolor. Mi cuerpo no recordaba cómo era una evacuación, quizá por su “afán protagónico” anhelando siempre descubrir una auto-misantropía de cierta contra natura. En el baño de una fiesta, a mitad de la bebida, en el terror ancestral del que deja la reunión a riesgo de que se hable de él. El escuadrón celular contra sus clones, era el título de la película que estaba iniciando en la incertidumbre (de mis diecinueve años) y la confianza en que fuera sólo una temporada de estreñimiento (en mi velocidad juvenil). A mi lado, una pila de libros sonreía por saberse propiedad del dilettante anfitrión que no podía abandonar su pose del hombre que lee es alguien de virtudes incuestionables. A éste no le enseñaron que la humildad es propiedad privada del poeta, como bien lo dijo José Kozer. Y yo deseoso de releer el mundo, esa humilde experiencia de trasmigración, al azar tomé uno del medio como si de la pulpa exquisita de una fruta se tratase.
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Apenas leí el título: La Virgen de los Sicarios. Y el cuarto de baño se transformó de biblioteca ambulante en mi peor pesadilla. Ni Borges con tanto laberinto hubiera podido soportar una ceguera tan lúcida como la mía. Si flexionaba las piernas, mi yo se volvía una gotera infernal. Manchones de sangre sobre el inodoro blanquísimo, el piso, el tapete, mi fin de semana. Así que me guardé, como se dice en la cordialidad del préstamo sin aviso, la novela de ese tal Fernando Vallejo y me fui del “horror de la vida para entrar en el horror de la muerte”. Porque no hay muerte peor vivida que una enfermedad. Los muertos ya no sienten. Los enfermos nos la pasamos buscando ese matadero insensible, intransitivo, no táctil, irrespirable, incoloro, en contra de la nostalgia y la memoria.
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Fernando Vallejo es sinónimo del testimonio literario y ensayístico. Su narrativa cadenciosa, ágil, con destreza estructural, contestataria contra una humanidad que está jodida per se, a favor de los derechos de los animales, contra-religiosa porque en la palabra niega para presentar a las divinidades y sus milagros, nos desenvuelve el modus vivendi de la ciudad de Medellín del país Colombia del mundo latinoamericano. No es un escritor que utiliza el narrador omnisciente para alertarnos de la cosmovisión de alcantarilla donde se mueve el personaje que es él mismo, sí, Fernando Vallejo (personaje de él mismo que) nos habla desde su privacidad sin ningún antifaz. Esta narración desde la primera persona del singular de escritor da pie a muchas interrogantes. ¿Estamos delante de una obra meramente biográfica, carente de verosimilitud literaria, sin recursos que nos remiten a grandes obras (como el Don Quijote de la Mancha de Cervantes, la Madame Bovary de Flaubert o el Pedro Páramo de Juan Rulfo)? O su contra parte: ¿no será que estamos viciados en la mera acción de los personajes de película y ya no recordamos que las mismas novelas que cité son producto de escritores complejos que arriesgaron por un discurso interno cercano a la reflexión ensayística?
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Sus novelas son un producto que va en pro y en contra de esa humanidad en la que vivimos (al plantear esto no puedo omitir la referencia directa con J. M. Coetzee). Y recuerdo mi aterrizaje forzoso, justo en la cuerda floja, fue al descubrirme fascinado por la ferocidad establecida en una obra de ficción del tono realista de la verdadera realidad hispano parlante. Pero ahí estaba en el consultorio del médico de emergencias, leyendo a ese personaje que se enamora de sicarios. ¿Qué son éstos? “Un sicario es un muchachito, a veces un niño, que mata por encargo”. Entonces como la humanidad se estaba pudriendo, lo que hicieron conmigo fue asaltarme con miles cuestionarios e historias clínicas. Luego muchas manos y ojos ópticos palpándome vientre, boca del estómago, ano, para meter la fibra óptica por el intestino grueso, intestino delgado, biopsia tras biopsia, hasta ver mi estómago y salir por la boca. Investigarme hasta el último rincón mientras en la sala de espera deseaba sólo conocer a Fernando o alguno de sus sicarios púberes (aunque esto es un pleonasmo porque el sicario nunca llega a adulto).
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Así los resultados de la colonoscopía delante de la servidora social con boca de detective: ¿Te violaron, verdad? Y yo negué ingenuo. Claro, cuando uno niega siempre es el principal sospechoso. Siguió el chisme, la familia alterada, incrementaba un relato inexistente pero comprensible para sus parámetros de enfermedades intestinales. Aunque el dictamen fue CUCI (iniciales de Colitis Ulcerativa Crónica Inespecífica), tragedia ilegible para un regiomontano sin ascendencia judía. Y entonces odié, así como él: “El odio es como la pobreza: son arenas movedizas de las que no sale nadie: mientras más chapalea uno más se hunde”. Por todas partes: “Hace dos mil años que pasó por esta tierra el Anticristo, y era él mismo. Dios es el Diablo. Los dos son uno, la propuesta y su antítesis. Claro que Dios existe, por todas partes encuentro signos de su maldad”.
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Regresé a casa infestado de medicamentos, unos para restablecer y otros para curar los estragos de lo restablecido, y una reducida lista de alimentos donde era cero de alcohol, grasa, refrescos embotellados, cocaína, marihuana, etcétera. Para jardines artificiales estaba la consulta. Para quejas podía arrojarme por la ventana, a la vía rápida, a la búsqueda de una bala perdida y/o inscribirme en un curso de arte. En ese momento no me di cuenta lo que mi vida había cambiando. Después de unas semanas, volví a la rutina donde era un post-púber ganoso de comerse todo lo que le ha prohibido su gastroenterólogo. En menos de un año y medio me tomé casi 3 mil píldoras. Al segundo estudio la enfermedad se había complicado. Dije “la enfermedad” porque hasta ese instante no me conformaba mentalmente. “Colonoscopía” estaba en mis pertenecías pues mis orificios eran su botón de exploración. Las úlceras habían crecido de siete a quince centímetros. Según el Doctor Escéptico (le llamé así porque también creyó que había sido violado), ese avance de llagas e inflamación era imposible que se presentara si había seguido sus indicaciones. Obviamente me callé para evitar cualquier negación. Recordaba la lección del que se defiende en este Monterrey de alópatas es más culpable que la septicemia nacional.
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De nuevo en mi habitación. Dosis más potentes. Rutina del enfermo-hijo de mamá gustosa por haber amarrado al descarriado. Sin embargo, la anemia, las infecciones, la debilidad, el asco por la comida, los sueros, los enemas, los estudios más a fondo, realizados con lentes que ya no me veían la materia sino el alma. Semanas en que era un mueble extra en ese cuarto de hospital. Veía cómo La Muerte, esa comadre de Vallejo, se convertía en un personaje esencial. “La trama de mi vida es la de un libro absurdo en lo que debería ir primero va luego”. Lo leía y me leía. Era mi enfermedad una tabla de sistema braille que ningún médico entendía. Yo con veinte años y con el cuerpo desgastado como un anciano. Pero la voz de ese Fernando me llenaba de una fuerza extraña que a veces nos aniquilaba a ambos: “¿Se les hace impropio un viejo matando a un muchacho? Claro que sí, por supuesto. Todo en la vejez es impropio: matar, reírse, el sexo y sobre todo seguir viviendo. Salvo morirse, todo en la vejez es impropio”. Entonces me llené de coraje. Despedí a mis amigos. Me encerré en un caparazón. No quería que nadie me viera en esas condiciones. Estoy hablando de mi pasado porque eso es lo vital en la narrativa vallejeana. Todo movimiento es un suceso, una guerra contra el tiempo, de cada personaje él sólo conoce las acciones que vivió. El no piensa por sus personajes. Cien por ciento es un escritor de primera persona, así que no puede meterse en la mente y el corazón de los sicarios para sugerirles puntos de ataque contra el sujeto que se les ponga enfrente. Su acción es apegada a la realidad ya que sus novelas caminan esa franja de la autobiografía, sin embargo él les da forma: esta brillantez en toda su obra es el detonante para aceptarlo como el escritor de literatura más importante de este renovado género testimonial-ensayo en la Colombia y el México (donde radica desde hace 35 años).
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Los siguientes años tomé estabilidad física y emocional al tiempo que he perdido la cuenta de las píldoras. La obra de Fernando Vallejo me ayudó a comprender el destino de la raza latinoamericana que no es sino una guerra a muerte por obtener los tenis del vecino. “Mon cher ami, no es por los tenis, es por un principio de Justicia en el que todos creemos”. Así como que todos creemos que debemos vivir porque hemos sufrido, sin embargo algunos buscan morir sin éxito alguno. En esas noches en que sólo veía la ventana que se iluminaba o se oscurecía, leí esta novela tantas veces que lo único que deseaba es que entrara un sicario y me quitara todo el odio de encima, toda la enfermedad, toda las falsas ganas de vivir anclado a un intestino grueso artificial, toda mi gloria como presunto escritor, toda esa totalidad de la que sólo se escapa cuando se cruza ese túnel de los dos horrores vallejeanos, el de la vida y el de la muerte. Pero no había quién pagara. Ni siquiera quien me odiara para que cargara con mi muerte.
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La Virgen de los Sicarios es un viaje de ira convertida en pólvora por ese Fernando, escritor y personaje, de la mano de Alexis alías el Ángel Exterminador en el Medellín de la cocaína y las bandas que ocupan sus territorios alejando a lo que se acerque, sea la guardia nacional sea la pandilla de la comuna vecina. Tanta muerte recae en el corazón de Alexis, entonces Fernando es capaz de depositar su duelo en el amor de cualquier otro niño de las faldas de los cerros de Medellín. Así la historia avanza trazada por la Muerte que “anda por las faldas entregada a su trabajo sin ponerle mala cara a nadie. Es como yo, su ahijado, que carezco de reparos idiomáticos. Todo me gusta”. Así, Vallejo irónico, misántropo, misógino, maricón, enamorado siempre del siguiente sicario por si le mataran al que tiene en turno, rebelde, autoproclamado como el mejor gramático, auto-referencial, autobiográfico porque no conoce otra historia que no haya vivido (aunque sea en su imaginación). Estoy marcado por su testimonio siempre de la mano de la Muerte como narrataria de su historia. Me queda decir que los géneros puros que aunque de ellos se base Vallejo para fundirse y sacar su debilidad más allá de su furia latinoamericana. Estos géneros puros ya no existen, sin embargo esa mezcla ha creado un Vallejo con una obra sólida, vibrante en belleza y tan cercana a la realidad que sólo le queda a uno desear que los personajes se aparezcan tan plásticos y rotundos cuando sea nuestra hora.

1 commentaire:

Dulce M González a dit…

Excelente;

este texto es de los mejores que te he leído;

sí, Vallejo, y todo eso; pero sobre todo tu discurso auto-referencial, auto-biográfico, muy bueno;

qué mix tan bien planteado,

saludos