Un
Dos hombres que en una fiesta vivieron de cerca labios, lenguas, botella y clóset. Rendijas de luz golpeaban los cuerpos mientras los minutos del juego daban en el blanco. Sea arenoso sea líquido: blanco siempre el asalto del deseo. Sobre la cara. Sobre el pecho. Sobre la próstata. El sexo es duro por inherencia. Meses atrás habíamos pulido ciertas piezas con la entereza de quienes nunca debían pasar de eso ante el pópulo. Siguieron París, Tijuana, Canadá, aeropuertos tan sucios en la mirada atinada de un posible ligue. Regresé en un viaje tan caro como un brazo roto, amoratado. Conocí muchos hombres. Estandaricé mitos del tamaño del pene, de la abertura y el cierre del ano. Pescaba todo lo que gratis apaciguara mi inmediatez promiscua. Un día me tomé con una sombra. Él dijo sentirse una sombra cuando cerré la ventana. En efecto lo era. Para los vecinos representaba lo mismo que él u otro se encerrara en mi caja toráxica. Para mí no. Quizá un hueco en mi soledad para echarme al placer. Total, el cuento es que me enamoré. Instalé en casa a la sombra. Un vagabundo, me advirtió una amiga, siempre está necesitado de amor pero él siempre podrá defenderse con “yo no te pedí nada”, él estaba a la espera sin condicionar ni ofrecer nada, nunca podrás establecer un contrato de comercio ni retribución. Comprendí que el vacío era mío. Yo que abrí la puerta al vagabundo para limpiarlo, alimentarlo, asearlo. Hoy en una charla en el mensajero electrónico los reencuentros surgen. El tipo de la fiesta me dijo que reconocía al vagabundo. Me contó la historia de su mutua sexualidad. Que lo mejor era cómo mamaba la verga. Que no olvida su nostálgica costra desde las nalgas al empeine. Mostré interés haciendo la charla interactiva. Si quería contarlo, yo escucharía. Estoico soy, fui, seré, he sido, habré de ser cual ojo omnisciente. Entonces el vacío se abrió en mí. Me tragó. Celos. Instinto asesino. Suicida, inluso. Matarlo antes que abandone mi casa. Ya no soy yo recostado sobre ese enorme hueco sino una sombra tan pesada como el deseo de aprehenderla sólo para encender la luz.